De tenerlo todo a quedar sin nada. Por: Carlos Arturo Hernández Nieto
Esta es la sentencia que ha quedado en mi pensamiento, al igual que el rostro y las expresiones de aquellos nobles y aguerridos campesinos, agricultores y caficultores que me encontré de paso por el corregimiento más lindo que tiene nuestra querendona y trasnochadora Pereira en una de mis salidas de cada domingo después de cumplir con el deber moral de darle gracias al todo poderoso.
Me encontré con varios habitantes del sector de Arabia, quienes afirmaron que crecieron al lado de la gallina de los huevos de oro, en ese entonces el café arábigo, cultivo que crecía entre la otra vegetación y se nutría o alimentaba aprovechando la descomposición o degradación de la hojarasca de especies como el guamo santafereño, guamo machete, masiquía, la coneja, los besitos entre otras. Recordaron que con el pasar del tiempo y la complicidad del sol y el agua, se llegaba a obtener la formula natural perfecta para que estos arbustos se formaran de tal manera que pudieran sostener sus ramas para la cosecha de esos granos grandes, que después de una larga espera y sacrificio nos regalaban una cosecha larga y abundante, con unos costos muy bajos de producción, todo gracias a que no había tanto embeleco como hoy en día. Ellos mismos eran los técnicos, los que diseñaban, sembraban, deschuponaban. Las plagas o enfermedades desaparecían de manera natural gracias a los controles que existían entre las mismas especies.
Aprendimos que el campo bien manejado, sin tanto veneno y tanta tecnología era más rentable que hoy día con tanto sabio en la calle vendiendo cantidades de productos químicos para la cura de innumerables enfermedades que aparecieron después de que se cambiara la cultura cafetera tradicional, por una cultura de vividores donde privatizaron las ganancias y socializaron las perdidas, tal como pasó con Avianca, la flota mercante gran colombiana, entre muchas más ganancias y rentabilidades que llegó a tener el gremio y de las que a nosotros los campesinos de ruana solo nos quedaron las enfermedades, las deudas, las desilusiones, el desequilibrio ecológico y el abandono del Estado que conllevó a la migración de nuestros jóvenes a las ciudades en búsqueda de otras oportunidades.
Finalmente comentaron con nostalgia que el tiempo implacable los hace cada día mas viejos y que siguen esperando una reforma agraria que reactive el campo, para que de esta manera sus hijos tengan la oportunidad de regresar, recuperar las practicas ancestrales y abandonar las ciudades en las que lo único que han hecho es engrosar los cinturones de miseria.
Carlos Arturo Hernández Nieto
Cronista rural